lunes, 11 de septiembre de 2017

Capítulo 30, parte dos.

Cía

—¿Quién es? —me pregunta Jota.
—¿Perdón? —me giro después de abrir y le miro.
—Que quién es, Cía, te lo he preguntado ya dos veces —y ríe.
—Perdona, no te había escuchado —me disculpo. Es Dani, el novio de Sophie. Bueno, era… Bueno —no sé ni qué es ahora. Me disculpo—, perdón.
—No te preocupes, lo entiendo.
—Viene a por todo lo de ella —digo sin que suene muy convincente.
El timbre de la puerta suena y me deja ensordecida de una oreja. Sin esperar un segundo más, abro y veo al chico de ojos verdes azulados delante de mí.
—¿Dónde están sus cosas? —me pregunta sin siquiera saludarme.
—Hola a ti también —le espeto.
—Hola, Cía —me contesta, como si no viese a Jota que sigue sentado en el sofá—, ¿puedes decirme dónde están?
Jota no dice nada, simplemente se limita a observar.
—Ahora te las bajo. Están todavía en su habitación, las he recogido hace un rato… —Le respondo.
—Está bien —dice, con el mismo tono borde. No sé qué mosca le habrá picado.
Dani pasa dentro del loft y cierra la puerta tras él, yo subo las escaleras deseando que él y Jota no se maten durante los pocos minutos que van a estar juntos.
Al llegar a la habitación de Sophie me viene de repente su aroma. Apenas la conocía, lo sé, pero esa pelirroja con ojos verdes se hizo un huequito en mi corazón. Cojo la maleta que sigue al lado de la cama y la acabo de cerrar.
Bajo las escaleras por milésima vez en lo que llevo de día y me encuentro a Jota y a Dani sentados cada uno en una punta diferente del sofá, en completo silencio y el sonido de la televisión de fondo.
—Sólo estaba esto en su habitación —le digo a Dani mientras miro la maleta.
—Sí, sólo trajo eso —afirma—. Me acuerdo.
Se levanta del sofá y viene hacia mí. Coge el equipaje de mi mano y sin decir nada, se dirige a la puerta de nuevo. Le sigo por detrás y veo cómo abre la puerta y la cierra delante de mis narices sin abrir siquiera la boca para despedirse.
—Qué extraño todo —dice Jota detrás de mí. No sé cuándo se ha levantado del sofá pero ahora mismo le tengo en mi espalda.
—¿Habéis hablado de algo mientras os he dejado juntos el minuto y medio que he estado arriba? —Me río.
—Por raro que parezca, me ha preguntado si me quedo a dormir.
—¿Y qué le has dicho?
—Que sí, obviamente —dice entre carcajadas—, deberías haber visto su cara.
Me llevo la mano a la cabeza y suspiro. Como si de una pelea de “A ver quién la tiene más grande” se tratase.
De repente, llaman a la puerta.
—Ahora sí que debe de ser la pizza —digo, con más hambre que nunca.
—Esperemos que sí —desea Jota.
Descuelgo el telefonillo de nuevo y, como suponía, es el pizzero.
—¿Puedes ir tú a por los vasos y la bebida a la cocina? —Le pregunto a Jota, que ya estaba sacando el dinero de su cartera—. No hace falta que me des nada, no me cuesta pagarlo.
—Cállate y coge el dinero —me contesta dándome un billete de veinte euros en la mano—, me voy a quedar esta noche a dormir aquí, en tu casa… Es lo mínimo.
Ahí tiene razón. Pongo los ojos en blanco y al momento el timbre suena. Otra vez.
—¿Jorge Fernández? —me pregunta el repartidor.
—Soy yo —dice Jota detrás de mí mientras se acerca a la puerta.
—Serán diecisiete euros con cuarenta —pide el chico mientras me entrega la pizza. No sabe a quién de los dos mirar.
Sujetando la pizza con la mano derecha, le doy los veinte euros que me acaba de dar Jota, al repartidor, con la mano izquierda y espero a que me devuelva los dos euros con sesenta del cambio.
—Muchas gracias. Buenas noches —dice mientras se dirige al ascensor después de haberme dado el cambio.
Cierro la puerta tras él y llevo la pizza a la mesa del comedor. Me estoy quemando los dedos.
—Ya voy yo a por los vasos y la bebida —le digo a Jota en cuanto la pizza está sobre la mesa.
Él se sienta y no dice nada.
—¿Qué quieres para beber? —Chillo desde la cocina para que me oiga.
—¡Lo que quieras!
Vuelvo al comedor con un par de cervezas y un puñado de servilletas.
—¿Te sirve? —Le pregunto sonriendo.
—Por supuesto que sí —me mira cómplice.
Me siento a su lado en el sofá y abre la caja de la pizza.
—¡Dios!, qué pintaza —dice.
—Ni que lo digas.
Antes de que pase media hora ya no queda ni una pizca de la pizza familiar que hemos pedido, en la caja, y ambos estamos echados en el sofá como si acabásemos de comernos un buey.
—¿Qué te apetece hacer? —Me pregunta Jota de repente.
—Me da igual. ¿Peli?
—Me parece bien —contesta.
Menos mal que mañana es sábado y no trabajo. Me levanto a coger otra cerveza para mí y le pregunto a Jota si quiere otra. Su respuesta es un sí rotundo. Claro, faltaría más.
Cuando vuelvo al comedor con otro par de cervezas, él ya está eligiendo la película para ver.
—¿Algún género en especial? —Me pregunta.
—Terror o suspense, por favor.
Después de casi diez minutos buscando, damos con la perfecta para esta noche.
—¿Quieres palomitas? —Le consigo preguntar al final, no sé ni cómo por la de pizza que he comido.
—Pues no te voy a decir que no —me contesta riéndose y creo que piensa lo mismo que yo.
Al cabo de 5 minutos, regreso al comedor con un bol lleno de palomitas y me siento de nuevo al lado de Jota. “Origen” empieza y en menos de diez minutos, “Dom Cobb” aparece y con él, el increíble actor del que estoy enamorada.
—Cualquiera diría que estás “in love” de Leonardo DiCaprio, eh —se burla.
—Es uno de mis actores favoritos —le digo mientras le pego con la mano en el brazo—, cállate, jajaja.
—Estoy de acuerdo contigo. Es uno de los míos también.